Máscaras antigás de diseño: por un Juicio Final con estilo

El fin del mundo se acerca. Antes o después; dentro de cinco minutos o de cinco millones de años, quién sabe, pero todo lo que empieza tiene un final y algún día la Tierra quedará sin rastro de la vida humana, al menos en su superficie. Si llega el día hay que estar preparados, y aunque el post-apocalipsis se convierta en un remedo de Mad Max, el estilo ha de mantenerse hasta el final. ¿Qué mejor que con unas máscaras antigás que combinen a la perfección con el resto de nuestros complementos? ¿Hemos llegado a tal punto de desquiciamiento?

Las máscaras presentadas por el diseñador Diddo Velema siguiendo las pautas creativas de algunas de las principales marcas dedicadas al negocio del lujo no son en realidad la última extravagancia destinada a los aprendices de Donald Trump más obsesionados con la guerra nuclear sino un proyecto de arte conceptual. “Las máscaras no son productos comerciales reales”, asegura Velema en su página web, a la vez que especifica que “fueron creadas para ser mostradas en revistas y exhibidas en galerías”.

El trabajo de este autor (que ha desempeñado su oficio como director de arte en empresas como Burger King, Orange o Cadbury y también ha sido profesor de la Escuela de Artes de Utrecht) pretende denunciar las paradojas del mundo actual: “Estamos en un estado de guerra permanente, con nosotros y con el ecosistema”, afirma. Esa continua tensión acaba provocando “miedo perpetuo”, un temor que sabe camuflarse y se traduce, en realidad, “en nuestra insaciable cultura del consumo”, la que nos lleva a querer adquirir, poseer y mostrar los signos del derroche ostensible incluso en las situaciones más absurdas. Si las mascarillas antigás son mentira, las mascarillas de tela de Louis Vuitton que llevaron varios invitados a una fiesta en Nueva York hace dos semanas eran auténticas, y es que la realidad supera asombrosamente a la ficción.

No estamos tan lejos de situaciones como las que planteaba Stanley Kubrick en Teléfono Rojo: Volamos hacia Moscú. Si finalmente los hombres ponen en marcha la Doomsday Machine de la que hablaba la película, un grupo de elegidos podría sobrevivir en las profundidades de las minas subterráneas durante cien años, como explicaba el filonazi Dr. Strangelove del filme. Allí, con una hilarante proporción de un hombre por cada diez mujeres, los seres humanos reproducirían a escala una sociedad con individuos escogidos por motivos eugenésicos. Las máscaras de Velema podrían ser útiles en esta situación: ¡la guerra nuclear no tiene por qué ser un aburrimiento!

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