Lo ocurrido no ha traspasado demasiado los círculos de la comunidad científica. Mientras usted seguía con su vida cotidiana dos asteroides pasaban esta semana muy cerca de la órbita terrestre -a una distancia menor que la que separa la Tierra de la Luna- aunque han continuado su trayectoria sin atravesar la atmósfera. ¿Suenan las trompetas? Parece que no, por ahora.
La Tierra no está sola en su veloz viaje (unos 30 kilómetros por segundo) a través del Sistema Solar. En este recorrido casi perpetuo se encuentra con multitud de objetos en su camino, pero sólo unos pocos traspasan la atmósfera. “Se conoce el pasaje de varios objetos de entre 10 y 300 metros cada año. Muchos más pasan sin que los detectemos”, explica Javier Licandro, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC).
“La detección de objetos pequeños es muy difícil”, continúa Licandro. “Sólo son visibles cuando están muy cerca, lo que ocurre en un muy corto espacio de tiempo, y lo hacen moviéndose rápidamente en el cielo”. El experto del IAC se refiere a objetos que no superan los 50 metros de diámetro. El servicio de alerta de asteroides de la NASA explicaba esto mismo a través de su cuenta en Twitter: el asteroide KV39 (que pasó por las cercanías de la Tierra el miércoles por la noche a 0,65 distancias lunares) “no es observable a simple vista. Es una pequeña roca de aproximadamente 15 metros de diámetro”. Tres días antes, el domingo, el objeto KO10 se había acercado hasta las 0,5 distancias lunares.
Hay en marcha varios programas de búsqueda de asteroides cercanos a la Tierra (NEA, por sus siglas en inglés) pero hallar objetos de tamaño reducido resulta complicado: “No son fáciles de detectar”, insiste Licandro. Estos sistemas de búsqueda rastrean enormes zonas del firmamento cada noche, intentando cubrir la mayor cantidad de cielo posible, y observan cada región al menos tres veces. “Comparando esas tres imágenes se pueden diferenciar los asteroides de las estrellas, porque los asteroides se mueven entre las estrellas. La medida de la posición de los asteroides permite determinar su órbita y predecir dónde se encontrarán en noches sucesivas”, explica. Así se puede calcular el riesgo de colisión con el planeta.
Todos los asteroides que se acercan a la Tierra provienen del cinturón principal, una región en el plano de giro de los planetas entre Marte y Júpiter. Desde allí viajan en órbitas muy inestables hasta que se encuentran con un planeta y acaban cayendo al Sol o siendo eyectados a regiones más alejadas. El tamaño del asteroide es fundamental a la hora de estudiar las consecuencias de un posible impacto. Licandro comenta que “un asteroide de más de un kilómetro de diámetro es un destructor total. Su impacto tendría consecuencias globales, levantaría tanto polvo a la atmósfera que produciría un enfriamiento global con consecuencias desastrosas”. ¿Cuántas posibilidades hay de que llegue un desastre así? “Se estima que ocurren dos colisiones de este tipo cada millón de años”.
A la hora de enfrentarse a estos proyectiles gigantes las iniciativas se suceden y algunas parecen salidas de una producción de Jerry Bruckheimer, el hombre detrás de Armaggedon. Esta misma semana David Dearborn, del laboratorio estadounidense Lawrence Livermore, ha propuesto en una charla ante la Sociedad Astronómica Estadounidense una solución digna de un final made in Hollywood.
Su propuesta consiste en utilizar armas nucleares para evitar un posible choque contra la Tierra, aunque él mismo reconoce que el estado actual de la tecnología no permite estas aventuras. De todos modos “no se trata de una declaración grandilocuente”, asegura Licandro. “Se están considerando diferentes estrategias para destruir o cambiar la trayectoria de un asteroide en órbita de colisión. Todo depende del tiempo con el que contemos para hacerlo”.
El investigador del IAC y la Universidad de La Laguna apunta que si hay tiempo también se podría pintar su superficie con colores brillantes para cambiar sus propiedades “utilizando el efecto Yarkovsky para modificar su órbita”, o bien colocarle una especie de vela espacial que lo mueva un poco. “La destrucción puede ser un intento desesperado y de consecuencias aún peores, porque lo más probable es que en lugar de una colisión haya decenas o cientos, con objetos más pequeños que tendrían un efecto global incluso mayor”.
Los efectos de las colisiones de objetos como el KO10 o el KV39, de dimensiones mucho más reducidas, ya han sido estudiados a través de eventos con registros históricos, como cuenta el experto del IAC. “El último conocido de este tipo es el llamado evento Tunguska. La explosión de un asteroide de unas decenas de metros en la atmósfera (nada se pudo recoger en tierra) devastó más de ocho millones de árboles en una región de más de 2.000 kilómetros cuadrados en la Siberia rusa en 1908”. Trasladado a un entorno urbano, la destrucción sería similar a una explosión de entre cinco y 30 megatones. Lo bueno, como comenta el experto, es que “una colisión de este tipo ocurre una vez cada 1.000 años aproximadamente… y ya tuvimos una”.
Lo imprevisible de su comportamiento y las terribles consecuencias que en algunos casos pueden acarrear han hecho de los asteroides los objetos cósmicos con peor imagen mediática. Nadjejda Vicente, periodista y autora de una tesis doctoral sobre la divulgación de la información espacial, apunta que prensa y cine “son los principales responsables de difundir una imagen exagerada de este tipo de acontecimientos. Sin embargo, no hay que demonizar a los medios o las películas. Al fin y al cabo, nos hablan de escenarios posibles”.
“Aparte de representar un peligro de destrucción real”, continúa Vicente, “son a la vez una potencial fuente de vida”. Precisamente Licandro ha participado en uno de los hallazgos más relevantes del IAC, el descubrimiento de hielo de agua en el asteroide 24 Themis. Esta confirmación, publicada en la revista Nature hace un mes, podría ofrecer pistas sobre el origen de las primeras masas de agua en la Tierra. No sólo pueden destruirnos: quizás también trajeron la base para la vida.